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Opinión

La Costa Rica en que vivimos

Editorial

Es inevitable sentir preocupación, temor, incertidumbre y desilusión, entre otros sentimientos, cuando vemos que en tan solo diez horas matan a dos estudiantes, acribillan a un padre y un bebé, detienen a una banda relacionada con el sicariato y un reo se fuga de un hospital. 

Parece que no se trata de hechos ocurridos en Costa Rica. Es un sentimiento de negación social, pues aún los ciudadanos continuamos creyendo que aquí todo sigue color de rosa y que los medios de comunicación son felices publicando noticias negativas. Lo cierto es que hemos mutado. 

Nuestra realidad es hoy muy diferente. Eso ocurre en todas las sociedades del mundo, pero lo difícil es asimilarlo cuando históricamente nos hemos catalogado como pacíficos, educados, solidarios y los más felices del orbe. 

Pero esto no quiere decir que los ticos podemos tapar el sol con un dedo, que invisibilicemos para satisfacción personal lo que ocurre en Tiquicia, lo que pasa de costa a costa y de frontera a frontera, en el norte y el sur, el este y el oeste, en barrios rurales y urbanos, a personas pobres y ricas, con estudios y sin estos, con carro y de a pie. 

La criminalidad no distingue a sus víctimas, hay de todos los estratos sociales operando para el crimen organizado y eso es grave. Pero no nos hemos detenido como país a repensar qué podemos hacer. 

Es que se pasan de la raya cuando entran a un colegio y la emprenden a balas contra estudiantes, matando a su paso a quienes encuentren sin remordimiento ni reparo. También está el loco que entra a un bar restaurante y sin pensarlo dos veces ataca a balazos a una familia, hiriendo a un niño de 2 años. Las razones certeras se desconocen, pero se evidencia la brutalidad. Es impensable esa sangre fría, pero es una realidad que se nos está haciendo costumbre. 

¿Qué pasa? ¿Cómo es que el director de la Policía Penitenciaria da declaraciones públicas y justifica que un reo se les escapó, pues los custodios no pueden estar cerca de él cuando recibe atención médica? Qué bien por los derechos humanos, pero ¿y la integridad de otros que están en el hospital no cuenta? El joven pudo haber agredido a personal médico y a los propios oficiales, pues tuvo la destreza de quitarse las esposas y huir por el techo de un lugar repleto de cientos de personas.

Más sorpréndete aún, la detención de un sujeto por aparentes vínculos con un doble homicidio cometido en Alajuelita a inicios de este año, pero tras días de investigaciones la policía le allanó la casa. No solo le achacan ser sospechoso de esa muerte, tenía antecedentes por varios delitos como otro homicidio, estafa, portación de armas y estaba libre. 

No es que aquí estamos pidiendo que dicten cárcel a diestra y siniestra, pero es razonable que alguien con este “perfil profesional” requiere alguna contención al menos. 

Hay un asunto importante, el Estado demuestra cierta ineficiencia para hacer frente a estos fenómenos de violencia que experimenta, pese a que hace grandes esfuerzos con las instituciones y los recursos con que cuenta.

Sin embargo, hay varios puntos importantes que merecen repensarse. La policía no es la única que debe hacerle frente a la oleada de violencia, los ciudadanos tenemos una cuota de responsabilidad. Se ha comprobado que las comunidades organizadas logran buenos resultados, generan respeto y autoridad, tanto que los maleantes se han corrido de muchos barrios. 

¿Qué hacemos desde las casas? ¿Los padres de familia estamos inculcando valores a nuestros hijos? Puede sonar como una hablada más, pero es cierto que los principios se aprenden en el seno del hogar y no en la calle. Es en la familia donde se saca la tarea, pero ¿las múltiples obligaciones nos hacen olvidar lo esencial y dejamos que los hijos se las ingenien solos?

Las guarderías, escuelas y colegios deben complementar lo que se aprende en casa, no son los encargados de dotar a los niños y adolescentes de esos valores para afrontar la vida con honestidad, dignidad e integridad, porque hay muchos padres que creen que esa responsabilidad les corresponde a los maestros. 

Sí, hay una responsabilidad concurrida, los hogares, las escuelas, las iglesias, las organizaciones deportivas y las autoridades de gobierno como un todo estamos llamados a repensar el papel que están desempeñando. 

La seguridad es un asunto de todos y no debemos cruzarnos de brazos, no debemos seguir permitiendo que los antivalores sigan devastando nuestra sociedad, a nuestros jóvenes, a nuestras familias. Si bien es cierto el fenómeno de la violencia es casi imparable, hay que hacer lo propio por ser mejores ciudadanos y eso pasa por saber elegir, decidir y exigir.

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Sábado 18 Febrero, 2017

HORA: 12:00 AM

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