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Opinión

La necesidad de un nuevo enfoque en la política exterior costarricense I Parte

Lic. Carlos Isidro Echeverría Perera. MBA.*

Por razones históricas, Costa Rica formuló su política exterior basada en principios fundamentales de respecto a la libre determinación de los pueblos, a la no intervención, al reconocimiento de los derechos humanos, como resultado de su apego a los valores de la persona humana y sus libertades consustanciales. Como reflejo de la cultura de un pueblo afable, amistoso y hospitalario, hicimos del derecho de asilo político desde los principios de nuestra vida republicana, una institución de valor importante, que nos permitió siglos atrás, tener un reconocimiento, sino mundial por lo menos hemisférico.

La lucha por los valores occidentales, entendidos estos como la buena convivencia entra las naciones, el apoyo y creación de foros internacionales y agencias de desarrollo que fomentaran la economía, la agricultura, y la ciencia, nos permitió beneficios incuantificables, para el país, en diversas áreas.

Las acciones que dimos por el reconocimiento de los países que emergían del colonialismo. La fuerte posición de principios y valores contra el apartheid a principios de la década de los sesenta, aunado a los excelentes indicadores que el país presentaba en los campos de salud, desarrollo, calidad de vida, empleo, ingreso (llegamos a tener un mejor ingreso per cápita que muchos de los emergentes tigres asiáticos) nos colocó indudablemente, en el entorno mundial, con un reconocimiento de país pequeño en vías de desarrollo, pero con una fortaleza internacional logrando así un respeto y reconocimiento internacional importante.

La concepción de un mundo más relacionado, abierto y no unipolar, entendiendo que la coexistencia pacífica entre las naciones, en especial los Estados Unidos de América y la antigua Unión Soviética, permitió el establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales con este último país, fue un claro ejemplo de respeto al sistema de gobierno y el respeto a la ideología dominante que reinó por muchos años en la URSS, consecuentes con el principio de libre determinación de los pueblos.

Vimos en la década de los 70, la indubitable necesidad de estrechar las relaciones con las excolonias africanas y caribeñas. Y, respetando nuestra relación con Israel (por razones muy propias y particulares que hemos tenido) atisbábamos que el mundo árabe cobraría importancia geopolítica y geoeconómica, pero lamentablemente por limitaciones de recursos no logramos entablar una relación más cercana y estrecha con algunos de esos países. En especial los llamados árabes moderados. Fue hasta los años noventa (que abrimos algunas embajadas).

En la época de regionalismo abierto, postcolonial, se participó activamente en diversos foros regionales, subregionales e internacionales. Por la calidad de nuestros representantes logramos tener un liderato respetado en muchas áreas y temas. Esto nos valió ocupar posiciones importantes de dirección a nivel internacional y ser sede de magnos eventos, con liderato serio, ponderado y proactivo, en los temas a considerar y resolver.

Nos dimos cuenta que podíamos orientar a muchos países vecinos y a otros más avanzados, en resolver los problemas que nos agobiaban a gran parte de ellos en diversas regiones del mundo y que eran motivo de análisis y discusión en casi todos los foros.

Otros aspectos que nos distinguieron fueron el combate a la pobreza, los buenos índices en educación y salud, las libertades públicas, el fortalecimiento del Poder Judicial, la modernización de la democracia y del sistema judicial. Así como el mejoramiento de la producción agrícola, la independencia de la dominación energética, la mayor producción de calidad y el aumentar el empleo con niveles aceptables de remuneración para las nuevas generaciones. Estos aspectos fueron debatidos con inteligencia, conocimiento y capacidad en cualquier comisión, foro, institución multilateral, de parte de los embajadores y del servicio exterior como un todo.

Llegamos a la década de los 80, con un gran capital internacional. Gozando del respeto y admiración de muchas naciones. Y, también de otras en nuestra subregión que si bien, no nos veían con tan buenos ojos, reconocían nuestro liderato y aspiraban a tener un país que lograra un desarrollo y un sistema democrático como el nuestro.

Ese gran capital, producto de un trabajo tesonero, constante y de una visión, de grandes y abnegados costarricenses, permitió que Costa Rica jugara un rol importante, como en efecto fue, en el logro de la paz en Centroamérica. Sumado a una determinación de acción política de Estado, que alcanzó el favor y el soporte de los principales actores en el conflicto este-oeste, para dar espacio a resolverlo entre los propios centroamericanos.

A mediados de esa década, se incorporan en la agenda internacional de Costa Rica, los temas ambientales, destacando la defensa y protección de las áreas boscosas, de la vida silvestre, parques nacionales, unidos a los temas de ecoturismo, de los cuales fuimos los pioneros y creadores. Se amplió la cartera temática sin menoscabo de los otros importantes y tradicionales temas.

De nuevo con visión clara y cierta, logramos ubicarnos y dar los primeros pasos, en la década de los 90, mucho antes que otros países latinoamericanos, en posicionarnos en el nuevo mundo. Esto permitió modernizar nuestra economía, abrir fronteras y realizar una apertura económica donde el modelo agroexportador y una industria más robusta. Se logró penetrar en los mercados internacionales, al tiempo que nuestra economía se modernizaba y se preparaba para recibir más inversión extranjera directa.

Logramos sostener nuestras ventajas competitivas y comparativas. Esto generó el primer tratado de libre comercio que suscribimos (el TLC con México), para darnos la oportunidad de hacer los cambios y ajustes económicos y comerciales que le dieron un nuevo aire al país. 

En esta década se logró un impulso al turismo bajo la sombrilla del ecoturismo y el impulso al sector hotelero. Se procedió a través, del servicio exterior a realizar una consecuente y coordinada acción con el ICT para posicionar al país en el mercado como destino preferente, como país verde, apalancados en la paz, la democracia y la protección ambiental. Valores propios.

Nuestro servicio exterior, muy tímidamente al principio dada la competencia de Comex, no logró asimilar bien y plenamente el rol y función de las nuevas tareas a desarrollar. Incluso tuvo roces institucionales en sus funciones, lo que se resolvió adecuadamente, a pesar de las personalidades del momento en la dirección y gestión de ambos ministerios.

A finales de los noventa y principios de la década del 2000, se logró la creación de un nuevo enfoque en política exterior, de negociación, soporte y colaboración a Comex, para la generación de acuerdos comerciales y cada día más colocar nuestro país con presencia en los foros comerciales y en los temas económicos.

Así se incorporó con más fortaleza, aunque se venía trabajando en ello, a la tradicional agenda temática y de acción, el comercio, la inversión, la necesidad de convergencia grupal y apoyo en foros y espacios en donde los países discutían y analizaban un derrotero político comercial. Lo anterior con mayor impacto en la económica nacional y una redirección de la misma a nivel mundial. 

Rápidamente nuestra cancillería, con la debida dirección, se colocó a la altura de la demanda de ese momento. 

Desde ese entonces, los temas de turismo, ecología, ambiente, inversión, comercio, derechos humanos, libre tránsito, libertades públicas, asilo, investigación, exportaciones, entre otros, se convierten en la columna vertebral y el eje de nuestra acción de política exterior.

Por supuesto que, en el pasado reciente, el enfoque y la praxis de los contenidos y posiciones de nuestra política exterior, se deben a la visión y dirección que los presidentes de la Republica le logran imprimir, consecuentes con su gestión de gobierno y los planes y programas que ejecutan en sus administraciones.

Sin embargo, no sería propio el señalar y reconocer que mucho se debió a las capacidades y el talante de los ministros de Relaciones Exteriores de cada época, empezando con Daniel Oduber Quirós (1962-1964), Fernando Lara Bustamante (1966-1970, Gonzalo Facio Segreda (1970-1978), Rafael Ángel Calderón Fournier (1978-1980), Bernd H. Niehauss Quesada (1980-1982 y 1990-1994), Fernando Volio Jiménez (1982-1984), Fernando Naranjo Villalobos (1994-1998) y Roberto Rojas López (1998-2002).

Este distinguido grupo de costarricenses, aportaron capacidades, conocimiento y visión para crear, sostener y aplicar una política exterior que hizo a nuestra Costa Rica grande en el concierto de las naciones.

Mención especial a Roberto Tovar Faja (2002-2006), quien tuvo una alta concentración en la atención a los asuntos vecinales, apaciguando y controlando las relaciones de amistad y buena vecindad con Nicaragua, que culminan con nuestra demanda en la Corte Internacional de La Haya, con el triunfo logrado. Además, del logro extraordinario de haber ganado la candidatura del expresidente Miguel Ángel Rodríguez, primer centroamericano al cargo de secretario general de la OEA, aspiración que rondaba nuestro servicio exterior desde principios de los noventa.

Es así como, transitamos la segunda parte de década del 2005 al 2010 con una agenda definida, sin nuevas valoraciones ni aportes en nuestra política exterior, lo que ha permitido hasta la fecha administrar y mantener la temática fijada y continuar por la agenda trazada, más que ser creativos y realizar nuevas aportaciones o bien, elevar el estadio de nuestra política exterior a otro nivel, que repotencie a Costa Rica en el campo diplomático.

Las dos últimas administraciones, la anterior y la actual, se han dedicado a la simple gestión de administrar, mantener y en algunos casos disminuir el enfoque y presencia de nuestro país, sin mayor mérito.

 

*Exembajador de Costa Rica

 

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