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Opinión

Violencia detrás de mi ventana

Alonso Madrigal Ramírez*

Me encontraba escuchando una vieja canción de la cantante Yuri titulada “Detrás de mi ventana” y pensé acerca de la vida en cautiverio que muchas mujeres tienen en nuestra sociedad. La pieza explica el cansancio de una mujer concubina dominada por el poder de “su hombre”, del cautiverio en el hogar, de su papel pasivo de “monja” que debe tolerar que sea el otro quien decida acerca de la intimidad, de ser vista por el otro para ser mujer “destapándose el escote”, de soportar agresiones domésticas que minimizan su trabajo en el hogar y que no son apreciadas por parte de su pareja.

 La canción enfatiza en la transformación de la mujer en un objeto, casi un adorno que es puesto en la casa, una muñeca que tiene un destino que “se va haciendo flaco” y que ya está determinado en la interacción doméstica.

Pero también refleja la imagen de un hombre en su arquetipo de rey, cuyo poder ha sido concedido por parte de “su mujer” y que lo convierte en el sujeto activo que puede usar de forma “ingrata” a su consorte y que trunca las aspiraciones de ella.

El grave problema es que esta interacción de cautiva versus cautivador es alimentada por ambos extremos; por un lado el poder hegemónico y algunas veces tóxico que se ha otorgado al hombre en esta sociedad machista y que le ordena que se comporte y piense de una forma controladora, como el artífice de la vida de los demás, en especial de “su mujer” y de sus hijos.

Pero también el papel que actúa la mujer de acuerdo con los imperativos sociales que prácticamente la obligan a cumplirlo y que la minimizan como persona.

Para algunos y algunas de nosotros, que hemos recibido orientación sobre el tema de género, puede ser muy sencillo reconocer las interacciones disfuncionales que se dan en el ámbito doméstico y que son explicadas por estereotipos y mandatos sociales. Pero ¿qué pasa con la mayoría de las personas que no han recibido este tipo de información, que se encuentran atrapadas en interacciones violentas y que cumplen roles de género de acuerdo con lo que han aprendido desde la niñez en familia, con los pares, amigos y en la educación formal?

¿Qué mecanismos se pueden crear a nivel social que puedan ayudar a las personas a liberarse de sus cautiverios, a tomar conciencia? Porque si bien Marcela Lagarde nos habla de cautiverios en las mujeres, en realidad también los hombres nos convertimos en cautivos de nuestros propios afectos y conductas.

Entonces me pregunto, ¿hasta qué punto el hombre tiene la capacidad de flexibilizarse y normalizar su conducta sin pensar en que su papel es de proveedor, de conquistador, de protector, de ofensor, de autoridad, de fertilizador, de resolución de conflictos? Y, ¿hasta qué punto la mujer también puede adoptar una conducta no censuradora de las conductas de los hombres cuando estas se puedan apartar de lo que la sociedad ha demandado sin ser tildado de “maricón o raro” y pueda rechazar los arquetipos masculinos?

Pero también, ¿hasta qué punto la mujer puede liberarse de sus cautiverios castradores de madre-esposa, de sujeto pasivo social, de exigir caballerosidad para darse su lugar como mujer?

Porque es en esta interacción de arquetipos y cautiverios que se consolidan a nivel social las conductas disfuncionales que nos precipitan a la violencia doméstica.

 

*Estudiante de Psicología

 

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Lunes 26 Diciembre, 2016

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Alonso Madrigal Ramírez*

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