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Opinión

Jesús y la política

Juan Luis Mendoza

Puede resultar extraño el título, pero pienso que, para conocer mejor a un personaje tan sobresaliente como Jesús, incluso en su condición humana, hay que referirse de algún modo al tema. No soy un especialista, pero algo sé de la materia.

En síntesis. La invasión de Palestina por parte de los romanos arranca en el año 63 a.C. con Pompeyo que, después de haberse apoderado de las costas del Mediterráneo decide, por su valor geopolítico, plantarse en los territorios palestinos, y esto sin mayor oposición de sus habitantes; eso sí, de acuerdo a una política bien pensada, se consiente en colocar gobernantes nativos al frente de los nuevos dominios.

En el año 40 a.C., Roma nombra rey de Judea a Herodes el Grande que, apoyado por el poder militar romano, ejerce su mandato durante un largo tiempo de modo brillante y cruel a la vez. A su muerte, su hijo Arquelao hereda Judá y Samaria sin embargo no dura mucho en el trono, pues judíos y samaritanos no aguantan su talante arbitrario y despótico de gobernar. Es el momento en que Roma manda un Procurador y, con él, se instaura un dominio directo y completo sobre todo el territorio palestino. A estas alturas, Jesús tiene unos 12 años. Y aquí empieza el calvario para el pueblo judío que se consumará en el año 70 con la destrucción del templo, de Jerusalén y la nación entera. He ahí el ámbito en que Jesús vive, actúa y sufre.

En lo que concierne a Galilea, región a la que pertenece Nazaret, a Herodes el Grande sucede su hijo Herodes Antipas, enteramente sumiso y entregado a los intereses de Roma, incluso en sus cultos paganos. Este es el Herodes que ordenó decapitar a Juan el Bautista. Y es el mismo al que Jesús llama “ese zorro”, y al que, llevado a su presencia en el proceso de su pasión, no le responde nada. Aunque no se diga expresamente en el Evangelio, se nota en las actitudes de Jesús una clara repulsión respecto a este indeseable personaje.

Esta situación política fue muy humillante para el pueblo “elegido” que soñaba con que todo el mundo acudiese a su templo de Jerusalén para adorar al único Dios verdadero. Por el contrario, la cultura y religión del Imperio se impusieron rápidamente por todas partes. Y, para colmo de males, y expresión de un dominio absoluto, sobre el frontispicio del pórtico principal del templo, una enorme águila imperial presidía la vida de la nación. Entre lo más duro y pesado de ese dominio estaba la carga de los impuestos o “tributos” que había que pagar a Roma, lo que era considerado como un sacrilegio ya que para la mentalidad religiosa del judaísmo se trataba de un dinero de Dios.

Es comprensible que todo ello provocase un creciente malestar en el pueblo y, siendo ya Jesús un joven, en las proximidades de Nazaret. Fue en la región del norte, en la llamada Galilea de los gentiles, en donde surgió el movimiento de los zelotes de extracción campesina y muy religiosa, que hostigó su tiempo a las guarniciones romanas hasta que fueron totalmente derrotados en el año 70.

Nos interesa Jesús, a sus 20 años ocurrió una de las rebeliones más sangrientas en las cercanías de Nazaret. En efecto, por ese tiempo, Judas el Galileo organizó y comandó una violenta insurrección contra Roma logrando alcanzar la ciudad amurallada de Séforis en la que se instaló firmemente y atrincheró por un tiempo.

A los pocos meses, el legado de Siria, Quintilio Varo llegó a marchas forzadas con un fuerte destacamento militar, redujo la ciudad a cenizas, mientras que dos mil combatientes zelotes fueron crucificados.

A propósito, el padre Larrañaga comenta: “Todo esto sucedía a pocas millas de Nazareth, y hay que calcular que, entre los insurrectos, y luego crucificados, habría algunos vecinos de Nazareth, jóvenes de una edad aproximada a la de Jesús, y posiblemente amigos suyos. Sin embargo, no disponemos de indicios claros en los documentos evangélicos como para afirmar o negar que Jesús simpatizara con estos movimientos insurreccionales, o si tuvo algún contacto con los rebeldes. Solo podemos afirmar que esta tensa situación política, en la que Jesús se tuvo que ver inevitablemente inmerso, debió dejar, de alguna manera, huellas en su personalidad, como hijo de su tiempo y de su pueblo que era”.

Seguimos, Dios mediante, otro día.

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Sábado 03 Diciembre, 2016

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