El centenario de Ninfa Santos
Lic. Miguel Fajardo Korea*
Estamos conmemorando el centenario del natalicio de la poetisa costarricense Ninfa Santos (1916-1990), quien murió en México, país que le editó su único libro “Amor quiere que muera” (1949), con 10 dibujos de Santos Balmori. Por su parte, Alejandro Finisterre publicó la segunda edición (1985), con un dibujo en la portada de Paloma Díaz Abreu, nieta de la autora costarricense.
Ninfa Santos edita su único poemario en 1949, a los 33 años de edad, no obstante, 64 años después, el libro ha circulado poco en Costa Rica. El título es un intertexto de Garcilaso, con función de epígrafe: “Amor quiere que muera sin reparo”. La edición fue patrocinada por la revista América, con una tirada de 500 ejemplares numerados. Contiene 407 versos.
La autora tuvo una vida accidentada, producto de una infancia difícil, debido a la ausencia de la figura materna desde los tres años, en virtud de lo cual, su padre delegó esa responsabilidad en la tía Ninfa, su inflexible hermana. De niña vivió en Liberia, en la hacienda La América. También residió en San José.
Su periplo de vida incluye México, Estados Unidos e Italia. Además, visitó Rusia. Sin duda, una vida muy agitada, en años igualmente convulsos. En México, Ninfa Santos se hospedó en casa de su tía Lupe, pero abandona ese espacio debido a las fuertes restricciones.
Debió permanecer encamada durante largos periodos. Aparte de esas aflicciones y castigos, el destino se ensañó contra ella. Poco a poco, se vio afectada por la artritis, e hinchada por los efectos de la cortisona. La enfermedad artrítica deterioró su imagen e identidad corporales, y le restringió su capacidad de movimiento.
Para la escritora Fabienne Bradu (1954): “El signo dominante de su infancia fue la horizontalidad”. Bradu, en su libro “Damas de corazón” (México: FCE, 1996) dedica a Ninfa Santos 67 páginas (170-228). Es, sin duda, uno de los ensayos más lúcidos para entender el irresistible universo humano y poético de la autora nacional, de prolongada estancia en México.
El caso de Ninfa Santos se asemeja al de Eunice Odio (1919-1974). Recuérdese, en esa misma línea, que el libro premiado de Eunice Los elementos terrestres (Guatemala, 1948), no se editó en nuestro país, sino hasta en 1984, es decir, 36 años después.
Uno se pregunta, con increíble asombro, la tardanza costarricense en publicar dicho libro.
En el caso de Ninfa Santos, la Editorial EUNED (2013), publica su pequeño libro, 64 años después, con prólogo de Mía Gallegos. Dicha edición, incluye 12 de los 19 textos.
Su nombre sonoro es uno de los que ha sufrido extrañas exclusiones, quizá por el desconocimiento de su obra, por su independencia paradigmática o por la mezquindad cultural. Costa Rica cuenta con notables legionarias de las letras: Carmen Lyra, Yolanda Oreamuno, Eunice Odio, Ninfa Santos, Victoria Urbano, Rima Vallbona…
En esa zona de recuperación, destaco a la revista costarricense Hoja en blanco (Núm. 2, año 2, agosto 2004: 7-47). Álvaro Mata Guillé, Antidio Cabal, Fabienne Bradu, la inclusión de cinco poemas de Ninfa y cuatro fotografías de ella, llaman la atención, para revisar su nombre, marginalmente inscrito en la casa histórica de la poesía costarricense. Igual sucede con la revista HOJAS de GUANACASTE y el Centro Literario de Guanacaste (1974-2016), con sendos homenajes en 1982 y en el 2005.
También le han dado espacio a la obra de Ninfa Santos: Joaquín García Monge, Manuel Segura Méndez, Rafael Duverrán, Alberto Baeza Flores, Sonia Marta Mora, Flora Ovares y Alfonso Chase.
La autora costarricense, quien nació hace un siglo, trabajó como Auxiliar en la delegación de México ante la OEA (1953). Allí inició su carrera diplomática. En 1958 es ascendida a Vicecónsul. En 1963 viaja a Nueva York. En 1967 llegó a Roma, Italia, donde vivió durante trece años. Regresa a México, donde fallece, el 26 de julio de 1990, hace 26 años.
*Premio Nacional de Educación Mauro Fernández