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Opinión

Tres en una taza: la novela de la totalidad

Óscar Ureña García

Para alcanzar la totalidad en la novela, según el escritor argentino Ernesto Sábato, hay que abarcar la grandeza y la desdicha humana, lo hermoso y lo grotesco. Para Sábato, como para el matemático Blaise Pascal, la condición humana es una dualidad y, a veces, una paradoja en la que se funde lo más sublime y lo más desagradable. “El hombre es un gusano y es una hermosura”, decía Pascal. Ahí, en ese equilibrio de la totalidad, según el autor del Túnel y Abbadón el exterminador, es donde se encuentra la grandeza de un escritor y de su obra, ya que los autores magnos como William Shakespeare y el entrañable Miguel de Cervantes, lograban mirar lo hermoso que hay en el dolor, la belleza detrás de lo más horroroso. Eran autores de la totalidad, razón por la cual sus obras fueron antologadas por el tiempo. 

De esto no estaba muy alejado el autor argentino Jorge Luis Borges, cuando exaltaba, en su círculo de conferencias, la maravillosa obra que construyó Dante con su Divina Comedia. Borges reflexionaba que el dolor, el horror y la alegría estaban presentes en ese recorrido por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso que nos hace Dante. Incluso, el autor de El Aleph, llegó al punto de decir que no leer la Divina Comedia es privarse del mejor don que la literatura puede darnos: la felicidad.

Parto de estos grandes autores para hablar de otro que toca la totalidad en su novela y en su obra. Tres en una taza, del escritor cubano/costarricense Froilán Escobar; publicada para Centroamérica por Uruk Editores y en España por Ediciones Bagua; es una obra que abarca lo hermoso y lo grotesco, lo bello y lo trágico de la Cuba de los años 70. Cuando un huracán de cambios se instaló con grandes promesas y terminó llevándose toda la ciudad de La Habana.

Tres en una taza nos muestra las tragedias de un joven periodista cuyo único pecado fue pensar por cuenta propia en una sociedad que le daba digerido el pensamiento. Por esta diferencia, empieza a ser invisibilizado y excluido. Sin embargo, en un hermoso y surrealista viaje en un bus (en una guagua como la llaman los cubanos) nos muestra, usando la irrealidad como puente, la realidad que se vivía en ese momento en la isla. En medio de un terrible huracán, que invitaba tanto a la permanencia como a la huida, Froilán Escobar nos muestra la belleza humana y la alegría en medio de un ambiente hermoso y desbastador.

Como decía Stevenson, el encanto es una de las cualidades esenciales que debe tener el escritor. Y precisamente, Tres en una taza es un encanto de tapa a tapa. Desde que Yo y Tú, porque son dos personajes y a la vez uno, se suben a la guagua. Uno se sube y el otro narra el viaje que empieza a hacer por dentro de las casas de La Habana y nos sumerge en episodios inolvidables. Uno a uno van subiéndose personajes que nos muestran lo bello y lo horroroso, cada uno con su historia que, en conjunto, permiten contar la paradoja de este personaje principal. Lo hermoso se exalta en historias como la del Ambia, ese hombre casi analfabeta que, en los descansos de su trabajo de obrero de construcción, escribía poesía en cartuchos de cemento, sin saber que hacía poesía. Como el pájaro que canta sin saber que canta, el Ambia se escondía para escribir lo que él llamaba “refranes”.

Pero cuando le dije: Ambia, esto es un poema, se puso tieso. Se puso como acabado de nacer, se puso tan atarantado de verse por primera vez amanecido en su mañana, que los ojos se le fueron a llorar por un momento. Se puso como debió haberse puesto Orula cuando Elegguá lo desenterró al pie de la ceiba. Corrió con los brazos abiertos como un niño que jugara a volar. (Pág. 88)

Homero dice en la Odisea que los dioses tejen desventuras para que las generaciones venideras tengan algo qué cantar. Y esas desventuras se convierten en un canto en esta novela. Un joven que es despedido de la prensa, tiene que encontrar trabajo en la construcción de un hospital y, para no quedarse en la calle, un amigo le presta un pequeño cuartito sin baño; caga en un tarro para luego depositar su propia mierda lejos para que no le apeste ese cuarto suyo. Pero tal tragedia se llena de hermosura cuando B, el personaje femenino, se baja sus blúmers en ese cuartito y le muestra, mientras él mira embelesado, la mariposa que le vuela por el pubis. En ese momento Tú y Yo dejan de ser dos para ser uno. 

Froilán Escobar es uno de los sucesos editoriales más importantes que le suceden a Costa Rica y, ¿al mundo? Desde el boom latinoamericano de los años 50 y 60, no habíamos vuelto a ver tal creatividad del lenguaje y de estructura (ese juego de experimentar y crear nuevas lógicas) hasta que, quizá, topamos con Tres en una taza, La última adivinanza del mundo, Ella estaba donde no se sabía, Largo viaje de ceniza o El Cartero trae el domingo. Cuando los autores actuales apelan a novelas realistas, negras, con un lenguaje directo, Froilán Escobar irrumpe con una novela que tiene un personaje doble, uno vive la novela y el otro la narra, narra muchas historias simultáneas mediante dos relatos paralelos donde ocurren realidades irreales: el viaje de un bus por dentro de las casas de La Habana; y la pasión, muerte y resurrección de José Lezama Lima. 

Con un lenguaje barroco, que parte de su maestro Lezama, también de Vallejo, de Joyce, pero que llega a Froilán Escobar en una vuelta más arriba, esta novela nos sumerge en la totalidad. Nos muestra la condición humana desde muchas historias, con un relato surreal que rompe los moldes, que establece nuevas lógicas, ¿consecuencias que adivinan posibles causas? Sí. Tres en una taza, nos evidencia a un autor que sin duda es contemporáneo de Homero, de Shakespeare, Miguel de Cervantes, Dante, Borges y Sábato. Un autor que nos trae el universo al patio de nuestra casa. Llego al punto de decir que no leer Tres en una taza, y el resto de la obra de Froilán Escobar, se debe a padecemos de un ascetismo extraño. O, como decía Borges, es privarse del mejor don que la literatura puede darnos: la felicidad.

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Miércoles 24 Agosto, 2016

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