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Opinión

Liderazgo político y credibilidad

Luis París Chaverri*

En un país democrático como el nuestro, los gobernantes necesitan -para poder hacer realidad las ideas y propuestas que promueven e impulsan- un alto grado de credibilidad, de confianza, ya que cuando esta se deteriora el liderazgo político pierde eficacia y aumentan exponencialmente los problemas para una adecuada gobernanza.

Hoy en día, sin el suficiente apoyo popular que genera la credibilidad, es imposible para cualquier líder político poder influenciar la realidad social con su propia visión e imprimirle el sello de su ideología al rumbo del Estado y de la sociedad en general, objetivos primordiales de su quehacer.

Además, se debe entender que la facilidad para lograr mayorías de la época del bipartidismo quedó atrás y que la nueva realidad del multipartidismo en la Asamblea Legislativa impone mayores dificultades para la aprobación de las iniciativas del Gobierno Central, por lo que es indispensable que quienes aspiran a dirigir los destinos del país posean y ejerzan un legítimo y verdadero liderazgo, un liderazgo conciliador y concertador, capaz de construir mayorías, un liderato que se sustente -fundamentalmente- en la credibilidad.

El planteamiento de un rumbo concreto, la idoneidad y pericia del equipo de gobierno y la coherencia entre el discurso y la acción son requisitos indispensables para que la ciudadanía crea y tenga confianza en quienes ejercen el Gobierno.

Si la ausencia de un planteamiento programático claro sobre el rumbo del país produce incertidumbre e inseguridad en la ciudadanía, la incompetencia de los gobernantes y la inconsecuencia entre palabras y hechos son causa de perplejidad, desencanto, desinterés y malestar, lo que constituye caldo de cultivo para el discurso antisistema, para la antipolítica, facilitando así la escalada de los demagogos y populistas, sean estos de izquierda o de derecha.

Falta de rumbo, un equipo incompetente y la incongruencia entre lo que se dice y lo que se hace, son, lamentablemente, las causas del descrédito del señor presidente Luis Guillermo Solís y de su Gobierno, evidenciado un día sí y otro también por las encuestas de opinión pública y por las manifestaciones de los ciudadanos en los medios de comunicación y en las redes sociales.

Ante la ausencia de un norte definido, confirmada desde el inicio de su gestión por el propio Presidente, cuando reconoció desconocer la realidad de los asuntos públicos con la famosa frase de que “No es lo mismo verla venir que bailar con ella”, las ocurrencias han sido la constante en su accionar y en el de su equipo.

Cuando el país esperaba un liderazgo que inspirara, que señalara el rumbo, que marcara caminos y condujera con pericia y a buen puerto el barco en el cual todos navegamos, la presidencia de don Luis Guillermo ha sido verdaderamente decepcionante.

La falta de un proyecto político concreto, aunado a los errores en la conformación de un Gabinete inexperto y heterogéneo, ha generado una desarticulada y errática gestión que es causa de constantes desaveniencias y contradicciones entre los integrantes del actual equipo gubernamental.

Como producto de esa equivocada escogencia, en sus dos primeros años se han producido numerosos cambios de ministros, viceministros y presidentes ejecutivos, lo que confirma que el eslogan del “mejor equipo”, usado en campaña, fue a todas luces una falacia.

Por otra parte, el incumplimiento de las promesas de campaña, la contradicción de sus acciones con el elocuente discurso del que hizo gala en el proceso electoral, es el aspecto que más le reclama el “ciudadano de a pie” y la causa de la frustración y del arrepentimiento de quienes con su voto lo llevaron a la silla presidencial.

Los efectos de la incoherencia en la política, de decir una cosa y hacer otra, son graves y perjudiciales, por cuanto contribuyen al deterioro de la confianza del pueblo con respecto a sus dirigentes, fomentan la suspicacia, el desinterés y la apatía ciudadana hacia la política, provocan el descrédito de nuestro sistema democrático e incrementan los problemas de gobernabilidad.

Así, el reto de los actores de las próximas elecciones será el rescate de la credibilidad en los liderazgos políticos, tarea nada fácil pero necesaria para afianzar y fortalecer nuestra democracia.

 

*Exembajador

 

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Viernes 01 Julio, 2016

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