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Opinión

La Peni, aquella pesadilla que se convirtió en museo

Gloria Bejarano Almada

El auto dio vuelta y por primera vez nos vimos las caras. Ella sucia, desaliñada, en medio de matorrales y estructuras que la afeaban aún más, yo asustada y ansiosa por encontrar un espacio donde construir un sueño.

Cuando me preguntan que vi en la Peni hace ya más de 22 años, recuerdo el momento en que subí la cuesta y me encontré con un viejo castillo, con altos torreones y muros infranqueables. Y si bien era imponente, su mal nombre y fama le precedía.

Había ido a conocerla solo porque nadie me ofrecía algo mejor y porque existía la posibilidad de derruirla y aprovechar el terreno. En realidad no tenía idea con qué me iba a encontrar, no tenía noción de su tamaño, de su grado de deterioro, solo conocía la leyenda negra que rodeaba a la Peni.

No más abrieron la puerta principal, mi vista se perdió en un largo, muy largo corredor, lo cual me sorprendió pues yo no esperaba más estructura que el Castillo. Acto seguido subí la mirada y me topé con una hermosa estructura de ladrillo en forma de pequeños arcos que sostenían el segundo piso.

Fue ahí donde se rompió mi natural resistencia hacia el lugar que solo hablaba de muerte y oscuridad. Conforme me fui adentrando por pasillos y rotondas, fui dejando a un lado mis prejuicios y preocupaciones y la vi con ojos diferentes.

La fui despojando de sus malos olores, de su aspecto ruinoso, de su mala fama, hasta la maleza parecía desaparecer para dar paso a un edificio majestuoso, a una bellísima construcción; no tenía que cerrar los ojos para imaginar un lugar diferente, sus magníficos arcos góticos, sus muros de ladrillo cocido, sus bóvedas toledanas, amplios patios y perfilados corredores hablaban por si solos del potencial que tenía aquel lugar.

Alguna vez dije que sentía como si me estuviera esperando para salvarla, pero con el tiempo he llegado a creer que más que salvar una vieja edificación, la restructuración y rescate de la Antigua Penitenciaría Central tenía un propósito: demostrar que todos somos capaces de ver más allá de lo evidente.

Hoy estamos más convencidos que nunca que podemos encontrar belleza aún en medio de la oscuridad. Que podemos aprender de los errores y edificar sobre ellos. Que los seres humanos somos los que hacemos de las edificaciones lugares de oscuridad o luz y que somos nosotros los únicos capaces de cambiar su destino.

Veintidós años han transcurrido desde que el Centro Costarricense de Ciencia y Cultura abrió sus puertas y seguimos trabajando con la misma convicción y el mismo compromiso de educar para no tener que castigar, de acercar el conocimiento a través del juego y la interacción, de promover la cultura y la ciencia, de rescatar nuestras tradiciones, recordar valores y principios, y redescubrir las raíces de nuestra nacionalidad.

Veintidós años en que hemos logrado la consolidación de una institución que es orgullo nacional y casa de niños, jóvenes, adultos, artistas, cibernéticos, científicos, maestros, fotógrafos, poetas, bailarines, actores y cantantes, visitantes y todos aquellos que buscan un espacio para crear, para compartir, para convivir, para disfrutar, para aprender…

Veintidós años en los que nunca hemos dejado de agradecer a Dios el que nos haya dado la oportunidad de trasformar una pesadilla en un sueño y el sueño en un hermoso museo.

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Sábado 30 Abril, 2016

HORA: 12:00 AM

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