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Opinión

Ser y hacer felices

Juan Luis Mendoza

A lo largo de mi vida he reflexionado mucho sobre el ser humano, su condición y destino. Y una de las conclusiones a que he llegado es la importancia suma de la actitud mental. En efecto, la mente es con frecuencia una “maldición” y hay que convertirla en una “bendición”, fuente de liberación, paz y dicha.

 

Esa actitud y reacción se dan principalmente ante los males que más comúnmente aquejan a los seres humanos en todo tiempo y lugar: disgustos, fracasos, enfermedades, depresión, angustia, obsesiones, muerte… cuyas causas y remedios hay que conocer oportunamente. Y “del sufrimiento a la paz”, el título de uno de los libros del padre Larrañaga.

 

De él es también esta proclamación: “Hablamos de salvarse del miedo, salvarse de la tristeza, salvarse de la angustia, salvarse del vacío de la vida, salvarse del sufrimiento… y salvarse de sí mismo. La salvación es el arte de vivir, y nadie puede vivir por mí o en lugar de mí”.

 

Todos tendemos a ser felices. Ahora bien, para que pueda hacer más dichosa la existencia a los demás es necesario que haga lo posible por ser yo mismo feliz. El que es íntimamente feliz será capaz de irradiar felicidad, capaz de hacer felices a los demás.

 

Por el contrario, quien se sienta desdichado hace desdichados a cuantos le rodean. Nada tan temible, en este sentido, como el tener que convivir con una persona fracasada, conflictiva, enemiga de sí misma, una persona infeliz.

 

De sobra sabemos que el mundo necesita que se derrame en él una abundante lluvia de alegría que lo renueve en optimismo y en frutos de verdadera liberación interior y paz. 

 

Todos aspiramos a la felicidad, siquiera sea una relativa felicidad, pero ¡cómo cuesta alcanzarla! Felicidad para nosotros, ante todo, y después para los demás, insisto. 

 

Porque no podemos dar felicidad si no la tenemos. El echar en olvido esto nos ha llevado a una lamentable incapacidad para sembrar en torno nuestro el bien, la paz, la alegría. “Sólo haremos felices a los demás –sentencia el padre Larrañaga- en la medida en que nosotros lo seamos”. Es aquello mismo del “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El “como a ti mismo” es primero. 

 

En efecto, para aceptar y amar a los demás hemos, primero, de aceptarnos y amarnos a nosotros mismos.

 

¿Se trata de una actitud egocéntrica, una actitud egoísta? No, ciertamente, si se entiende y se vive como Dios manda. Es así: busco la felicidad, pero no para apropiármela exclusivamente sino para irradiarla, para comunicarla a los demás. Y es dando como se recibe. Cuanto más doy más tengo.

 

A todo esto, ¿qué significa ser feliz, ser relativamente feliz? Significa igualmente algo relativo: sufrir menos o sufrir mejor, sufrir con paz; significa ir secando poco a poco las fuentes del sufrimiento; significa vivir intensamente la existencia; significa sentirse uno cada vez más liberado interiormente y más capaz de amar.

 

Ser felices para hacer felices a los demás: he aquí todo un programa de vida, el mejor de todos, el más necesario. ¡Se sufre tanto! ¿Y por qué? La respuesta en un próximo artículo, Dios mediante.

 

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Sábado 28 Noviembre, 2015

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