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Opinión

Frente a frente

Mario José Zaragoza ([email protected])

De todo como en Botica (primera parte). 

 

Esta semana cumplo años, y un amigo me hizo recordar que quienes llevamos más de 50 de vida —yo ya pasé los 60— comprendemos bien la razón de aquella frase que indica “De todo como en botica” para referirse a un sitio muy bien surtido de productos varios.

 

Las boticas en el país eran sitios mágicos llenos de cajoncitos, estantes y numerosas gavetas, con frascos maravillosos de vidrios de distintos colores y recipientes blancos de porcelana, en donde el boticario preparaba con polvos, aceites, líquidos y hojas secas, las recetas del médico.

 

Mientras hacían las preparaciones, los niños pedíamos los tradicionales dulces que había en esos patrimoniales recintos: gomitas de eucalipto y confites de menta, mantequilla y mora, resguardados en grandes frascos a la vista del mostrador. Eran una verdadera delicia.

 

Así eran la Botica San José, La Primavera, la Mariano Jiménez, la Botica Francesa, La Violeta, o la Botica Pirie en Cartago, por citar solo algunas.

 

Ahí estaban los remedios para aliviar los nervios, el cuerpo pesado, el tener la piel como un caimito, las chichotas, las poco elegantes agruras, los patatuses y los efectos del chiflón, que por cierto, se quitaban frotando en la nuca Agua del Carmen.

 

Además de las recetas que preparaba el farmacéutico, con sus artificios y conocimientos, se acudía a comprar el famoso IODEX, un antiséptico de muy fuerte olor que lo curaba casi todo. 

 

Y las famosas y milagrosas píldoras del Dr. Ross, excelentes para aliviar todo lo de la zona del estómago, del hígado y los intestinos. También estaban las vitaminas Viseneral, que lo curaban casi todo, pero eran carísimas. Y la Pomada Canaria, leyenda urbana, que efectivamente parecía curarlo todo.

 

No podían faltar las temidas leche de magnesia y las nada agradables cápsulas de bacalao, pero su contraparte era la sabrosa Kinocola, que no sabía tan feo como los anteriores y nos ponía pochotones e inteligentes, igual que la recomendada Sucrol.

 

Si estábamos resfriados, pues una Mejoral (“Mejor mejora Mejoral”) y una buena frotada con Zepol (“con Z, pues si no es con Z, no es Zepol), y si el resfrío no quería salir, pues en la casa nos envolvían en periódicos como si fuéramos momias y nos embarraban la espalda y el pecho. La gripe se combatía también con Vic Vaporub, y las pastillitas Valda servían para los males de garganta.

 

¡Y sobrevivimos!

 

Seguiré con los recuerdos la próxima semana.

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Viernes 04 Septiembre, 2015

HORA: 12:00 AM

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