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Opinión

Unión de intimidades

Juan Luis Mendoza / Padre Mendoza

Decimos que Dios es nuestro fin último. Ahora bien, para ir a él y encontrarnos con él no hemos de esperar la muerte sino que podemos convertir nuestra existencia entera en un itinerario hacia él, y esto mediante la oración, en general, y la de contemplación, en particular. ¿Cómo?

 

Usted habrá oído de la mujer samaritana con la que platica Jesús junto al pozo de Jacob y, entre otras cosas, dónde y cómo adorar a Dios, pues los samaritanos afirmaban que había que hacerlo en el monte Garizín y los judíos en el monte Sion. Ni en uno ni en otro, le explica Jesús, sino “en espíritu y verdad”. No en un lugar de afuera, sino dentro de uno mismo, en “la última soledad del ser”, que dice Duns Scotto o en la última de las “moradas” según santa Teresa o en el “hondón” del espíritu como explican otros místicos.

 

El Padre Larrañaga comenta: “Está a la vista que Jesús, al hablar aquí de adorar en espíritu y verdad, implícitamente hace referencia a una oración de dimensión contemplativa, que va más allá de las palabras”. Y, consecuentemente añade: “Los verdaderos adoradores aclaman al Padre en el silencio de la interioridad, estén donde estén, sea en la desembocadura de un río, en el horizonte donde despierta la aurora, en la gruta donde duerme los vientos, estén donde estén, adorarán en espíritu y verdad”.

 

Entonces la oración equivale a la contemplación, aunque propiamente la contemplación u oración de contemplación es la modalidad de oración más alta y sublime. 

 

San Francisco de Asís se ejercitaba en ella largas horas de la noche en las cavernas próxima a la ciudad de Asís repitiendo “Mi Dios y mi todo”. Y a la hora de decirnos algo sobre la oración, se limita a esto: “Adorar y contemplar al Señor Dios vivo y verdadero con corazón y alma puros”. Cuando el Padre Larrañaga usa los términos orar y adorar, “siempre estaremos pensando, dice, en un trato de intimidad con el Señor, en una convergencia de interioridades consumada en el silencio del corazón, en la fe, en el amor”.

 

Es así, en las otras modalidades de oración, como la de intercesión, de alabanza, acción de gracias y, en general, las oraciones vocales, es decir, a base de palabras, entra el mundo entero: las necesidades de la gente, salud de los enfermos, paz, trabajo… “Con la adoración, advierte el autor inmediatamente citado, desaparece todo el mundo y quedamos a solas Tú y yo, sin interés de ninguna clase, sin otra presencia que la Presencia. Y si no quedamos a solas Tú y yo, no habrá propiamente encuentro con Dios”. (El Tú, obviamente, es el mismo Dios).

 

Ese encuentro, en que consiste la verdadera oración de contemplación o adoración, implica ejercitarse constantemente en la interioridad, o mejor interiorización y silencio, hasta ser capaces de vivir y gozar tan estrecha, tan honda unión con Dios aún en medio de una multitud de gente que, a su modo, esté también orando en voz alta. No es fácil, pero sí posible.

 

En conclusión y como lo declara el Padre Larrañaga, “todo encuentro es intimidad, y toda intimidad es el momento y el punto en que cruzan dos interioridades: yo contigo, tú conmigo”. En lo humano se podría pensar en el trato entre sí de amigos, novios o esposos…

 

Los escritores místicos traen a cuento el texto del Apocalipsis: “Estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre la puerta, entraré”. Y adentro el encuentro, el abrazo, el estar “a solas” y el cenar juntos… Se cita también a Jesús que invita al orante a entrar en la habitación de la casa, y allí estarse con el Padre Dios. Son comparaciones que pueden ayudar al orante a entender la oración vivida en el silencio y en la soledad, en la fe y el amor. Como todo en la vida, a orar también se aprende, y en esta serie deseamos ayudarle viviendo la oración mediante el trato con él en la oración que, al principio, como todo le puede resultar difícil y cuesta arriba, pero que, con el tiempo, resulta de mucha paz y gozo espirituales. Así que, a animarse.

 

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Sábado 29 Agosto, 2015

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