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Opinión

Orar para cambiar

Padre Mendoza

En un escrito anterior, me referí a las dos distintas etapas que normalmente caracterizan el itinerario hacia Dios, mediante la oración, y que el padre Larrañaga sintetiza así: “En resumen, en sus primeros pasos, el alma, como niño que comienza a caminar, necesita y busca apoyos psicológicos, métodos de concentración, ejercicios de silenciamiento, puntos de reflexión. Cuando Dios irrumpe en el escenario, el alma siente necesidad de purificarse mediante una operación general de desapropiación. Una vez conseguida la pureza, la libertad y la paz, el alma se halla en condiciones de avanzar sin ningún obstáculo hacia la unión transformante”.

 

Antes, pues, hay que entrenarse su tiempo con decisión, paz y paciencia. Con la debida perseverancia, lo que vale para cualquier actitud humana. Piénselo. Si a usted le da por empezar a caminar un rato, normalmente va a poder hacerlo, pues dentro de sí tiene, aunque dormidas y hasta atrofiadas, las capacidades. Es cosa de empezar, y poco a poco ponerlas en acción. Igual en el espíritu.

 

Nuestro autor se expresa así: “Todos nosotros llevamos enterrados entre los pliegues de los códigos genéticos, dinamismos espirituales, capacidades místicas que hoy pueden estar dormidas, quizás atrofiadas por falta de actividad. Al ejercitarnos en la actividad orante, al adherirnos posesivamente al Señor Dios, despiertan más ganas de estar con Él. Si se sigue orando, Dios va siendo cada vez ‘más’ Dios; es decir, el Señor comienza a ser gratificación y fiesta, y en este momento todo comienza a vivificarse: los rezos y los sacramentos dejan de ser palabras y ritos vacíos y se convierten en banquete espiritual. La castidad deja de ser represión y comienza a ser misteriosa plenitud. Las bienaventuranzas dejan de ser paradojas para transformarse en pozos de sabiduría”. Obviamente, que esta transformación espiritual que se va dando en el alma no ocurre de la noche a la mañana, lo mismo que los beneficios del ejercicio físico no se sienten de un día para otro. Hay que ejercitarse durante un buen tiempo. Del padre Larrañaga son también estas palabras que invitan a una necesaria perseverancia en la práctica de la oración: “Hay que orar sin ganas para que vengan las ganas de orar”. Y, concretamente, concluye que “en la medida en que estemos más unidos a Dios (por la oración), en esa medida crece su atracción, su seducción, el deseo de estar con Él”.

 

Haga la prueba. Sin descuidar la obligación -“primero la obligación, después la devoción”- busque el modo y manera de estar más tiempo a solas con el Señor por la oración: se le hará poco a poco más próximo y claro, más vivo y verdadero, más presente, sin que Él cambie en sí. Y con Dios se superan con facilidad las dificultades, se asumen con paciencia y paz los sacrificios, contrariedades y disgustos; las violencias se suavizan, y en todo se impone el amor y la alegría del espíritu revestido de la presencia de Dios que nos va cambiando poco a poco. Los demás se dan cuenta, sin duda, pero desconocen el misterio que, como una luz y fuerza, nos impulsa desde adentro al persistir en la oración que nos une al Señor.

 

Y, a semejanza de los profetas y santos, y del mismo Jesucristo, el orante llega a transformarse en una alegre y luminosa antorcha que todo lo envuelve, ilumina y alegra. Es la irradiación de Dios en él.

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Sábado 25 Abril, 2015

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Juan Luis Mendoza

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