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Opinión

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Semana Santa

Recuerdo con emoción las semanas santas de mi niñez.

 

La religiosidad popular de las procesiones me impactó profundamente. Con mi hermano Álvaro, hoy prestigioso Hermano de las Escuelas Cristianas (La Salle) y su exsuperior general, nos llevaba a ellas la muy querida Vira (Elvira Carmona q.d.D.g.) los jueves y vienes santos. Por supuesto a pie. No circulaban las “cazadoras” (hoy las llamamos buses) esos días, y prácticamente nadie se atrevía a manejar un automóvil, por respeto a la memoria de la pasión de Jesús. Claro, no es muy grande la distancia de Aranjuez al centro de San José, adonde se dan las procesiones originadas en la Catedral, La Dolorosa, La Soledad y El Carmen. Casi no había ninguna pulpería abierta, y no había facilidades para apagar la sed, ni para buscar refugio cuando nos caía encima uno de la fuertes primeros aguaceros de inicios de la temporada lluviosa.

 

Pero esos pequeños inconvenientes en nada afectaban la impresión de la procesión del Señor Jesús camino a la crucifixión y su encuentro con la Virgen, san Juan y la Verónica, ni de los ángeles, apóstoles y soldados romanos que los acompañaban. 

 

Recordar oír el “Duelo de la Patria” interpretado por la Banda de San José -que salía del Cuartel de Artillería y acompañaba la procesión del Santo Entierro el viernes por la tarde- todavía me eriza la piel.

 

En aquel San José aldeano y amistoso, una tarde de Viernes Santo después de esa procesión nos cayó encima a Álvaro y a mí un gran chaparrón cuando veníamos hacia Aranjuez. Buscamos el amparo del alero de la cantina Morazán, al pie de la Avenida de las Damas. Y unos minutos después una de las nuevas radiopatrullas blancas con negro que circulaban por la ciudad paró y nos llevó a la casa.

 

Mi hermano Álvaro y yo fuimos monaguillos en el Colegio de Sion, a pocas cuadras de la casa de nuestros padres. Entonces vivíamos la Semana Santa con bastante anticipación, cuando la muy querida monja húngara encargada de la sacristía, “Mere” Yolán, empezaba a prepararnos para que ayudáramos la liturgia de los oficios de Jueves, Viernes y Sábado santos. Había que aprender las respuestas en latín al sacerdote, y los apoyos con incensarios, vinajeras, misales, agua para bendecir, fuego nuevo, cirio pascual, palio y cruz procesional. 

 

Y claro, esos solemnes ritos los vivíamos a la par de las procesiones públicas de San José, en una maravillosa unión de la liturgia más solemne y cuidadosa con la religiosidad popular.

 

¡Cómo cambian los tiempos!

 

Como padres y abuelos, me tocó con Lorena llevar a hijos y nietos a las procesiones de Santa Teresita y de San José. Pero mayoritariamente pasamos estas fechas fuera de San José aprovechando el trabajo en fincas con unos días de vida familiar.

 

Ya de viejos Lorena y yo disfrutamos principalmente el sentido de las celebraciones litúrgicas, que nos hacen vivir las maravillas de un Dios que nos ama, de Jesús que para mostrarnos su amor y redimirnos se entrega a la muerte y muerte de cruz, y que para darnos vida resucita.

 

Pero sigue muy vivo el recuerdo de las semanas santas de mi niñez.

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Lunes 30 Marzo, 2015

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Miguel Ángel Rodríguez

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