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Opinión

El Che Guevara, el asesino de La Cabaña

Los años pasan y todavía no comprendemos a quienes utilizan orgullosamente una camiseta con la foto de Ernesto Guevara de la Serna, conocido como el Che, un hombre frío, que no le importaba la vida de sus semejantes y fue responsable de cientos de muertos en Cuba. Fue Fidel Castro quien puso a Guevara a cargo de la cárcel de La Fortaleza La Cabaña, lugar donde crearon “La comisión depuradora”, cuyo fin eran los fusilamientos para causar terror en la población. Los historiadores aseguran que Guevara mató a muchos presos personalmente, se desconoce el número exacto, pero sus propios escritos -como veremos más adelante- confirman que existía algo oscuro y cruel en él y con esto incumplió el juramento hipocrático que debió hacer cuando se graduó en la escuela de Medicina, juramento que dice entre otras cosas “tendré absoluto respeto por la vida humana”.

 

Nicolás Águila escribió en 2007 sobre este siniestro personaje y señaló que “El Che Guevara no se andaba con remilgos. Frío y calculador, carecía de los escrúpulos primarios de Félix Pena. En su condición de máximo responsable de los fusilamientos en La Cabaña, exigía que en los juicios sumarios prevaleciera el celo militante por encima de cualquier consideración de orden jurídico. En las sentencias prefabricadas, que él mismo revisaba y aprobaba, no cabía el titubeo de la duda razonable ni ningún otro rezago de la ‘justicia burguesa’. Su divisa no era ‘en la duda, abstente’, sino la de los tiempos de la Sierra Maestra: ‘ante la duda, mata’. Sus órdenes, por otro lado, no siempre estaban exentas de esa ‘fina ironía’ que cautivó a más de un intelectual a ambos lados del Atlántico. En ocasiones mandaba al paredón escribiendo esta nota breve y terminante: ‘Dale aspirina’”.

 

En sus cartas y escritos encontramos frases escalofriantes propias de un demente y frases que resumían su torcida mente comunista, veamos algunas de ellas:

 

“Nunca debemos establecer la coexistencia pacífica. En esta lucha a muerte entre dos sistemas tenemos que llegar a la victoria final. Debemos andar por el sendero de la liberación incluso si cuesta millones de víctimas atómicas”. Otra de estas famosas frases decía: “Para enviar hombres al pelotón de fusilamiento, la prueba judicial es innecesaria. Estos procedimientos son un detalle burgués arcaico. ¡Esta es una revolución! Y un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar motivado por odio puro”. Una más dirigida a su papá: “Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”. Al referirse al crimen que cometió al asesinar a Eutimio Guerra porque sospechaba que era un soplón, dijo: “¡Acabé con la duda dándole un tiro con una pistola de calibre 32 en la sien derecha! Sus pertenencias pasaron a mi poder”. En 1967, el Che afirmó: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. En otra ocasión escribió: Siento que mi nariz se dilata saboreando el olor acre de la pólvora y la sangre del enemigo”. En una carta que le envió a su esposa en 1957 le escribió: “Estoy en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre”.

 

Ante estas afirmaciones, no nos queda otra cosa más que pensar, que el hombre era un psicópata.

 

Lo irónico de la vida del Che es cómo murió, pues estuvo consciente (al igual que sus víctimas) de que sería asesinado, el responsable de esta ejecución fue Mario Terán Salazar, el sargento boliviano quien relató en 1977 a la revista Paris Match del siguiente modo los últimos instantes del Che Guevara: “Dudé 40 minutos antes de ejecutar la orden. Me fui a ver al coronel Pérez con la esperanza de que la hubiera anulado. Pero el coronel se puso furioso. Así es que me fui.

 

Ése fue el peor momento de mi vida. Cuando llegué, el Che estaba sentado en un banco. Al verme dijo: «Usted ha venido a matarme». Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder. Entonces me preguntó: «¿Qué han dicho los otros?» Le respondí que no habían dicho nada y él contestó: «¡Eran unos valientes!». Yo no me atreví a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentía que se echaba encima y cuando me miró fijamente, me dio un mareo.

 

Pensé que con un movimiento rápido el Che podría quitarme el arma. ¡Póngase sereno -me dijo- y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre! Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga.

 

El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y empezó a regar muchísima sangre.

 

Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en el hombro y en el corazón. Ya estaba muerto”. Eso sucedió el 9 de octubre de 1967, en La Higuera, Bolivia.

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Viernes 30 Enero, 2015

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Carlos Vilchez Navamuel

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