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Opinión

Cualquier mordaza gubernamental merece repudio

La censura revela la debilidad o miedo del censor. Quien no se atreve a concederle a su opositor la libertad de expresar sus ideas, realmente no cree en sus propias opiniones. Y la persecución gubernamental de disidentes se da porque, según el gobernante, la verdad no tiene un poder inherente que la haga prevalecer solo en virtud de ser la verdad. Para él la verdad necesita el apoyo de la acción violenta del Estado –léase los políticos-. Así, si una doctrina es verdadera o no, depende de si sus defensores logran vencer a sus opositores usando la fuerza.

 


Hitler decía que el Estado debe ejercer un control estricto sobre la prensa y "con despiadada determinación" ponerla "al servicio de la nación".  Similarmente, Lenin decía que, como “las ideas son mucho más fatales que las armas de fuego, ¿por qué debería permitírsele a un hombre comprar una prensa y diseminar opiniones perniciosas pensadas para avergonzar al gobierno?”.

 


Esta trayectoria de censura se remonta a Platón, que decía que "hay que desterrar las quejas y lamentaciones", y exige un castigo severo para las personas cuyas opiniones se desvían de las del Estado. Serán juzgadas por inquisidores y, si no se retractan, serán ejecutadas.
El Estado siempre ha practicado la censura y la persecución.

 


En España, un decreto de 1550 castigaba con la muerte la introducción de libros de autores extranjeros traducidos al español y facultaba a la Inquisición para ejercer una labor de censura previa a la publicación, de manera que los autores se veían obligados a someter sus textos al juicio inquisitorial.

 


En Francia, a mediados del siglo diecisiete los libros necesitaban un permiso del rey para circular, que podía negarse por múltiples razones: ofensas a la religión, discrepancia religiosa, atentados a las “buenas costumbres” y propaganda subversiva (panfletos contra los nobles o el propio rey).

 


El libro que contenía las cartas filosóficas de Voltaire se quemó públicamente por orden del Parlamento “como escandaloso y atentatorio a las buenas costumbres, la religión y el respeto debido al gobierno”.

 


Voltaire detestaba la intolerancia de los inquisidores que queman los cuerpos para supuestamente salvar las almas.

 


Durante la guerra civil estadounidense, Abraham Lincoln censuró los correos, telegramas y periódicos; y encarceló –sin acusación o juicio- a miles de ciudadanos del norte del país, incluyendo editorialistas que lo criticaban.

 


Durante la Primera Guerra Mundial, Woodrow Wilson estableció leyes que hacían ilegal el uso de palabras “desleales o abusivas” para describir a los gobernantes.

 


También tenía discrecionalidad total para censurar cualquier correo y para la persecución de disidentes. En nuestros días, Julian Assange es un pionero en usar tecnologías para desafiar a los Estados corruptos y autoritarios. 

 

 

Como decía su editorial, WikiLeaks, “Solo se puede reaccionar a la injusticia si esta es revelada”.  WikiLeaks elaboró métodos para publicar secretos estatales por vías que están fuera de cualquier ataque tecnológico o legal. Es la única editorial del mundo que los gobiernos no pueden amordazar.
Su publicación de documentos militares y diplomáticos secretos desenmascaró corruptas operaciones militares y de política exterior del gobierno norteamericano, que reaccionó acusando falsamente a Assange de ayudar a grupos terroristas.

 


La extradición de Assange a Estados Unidos –y la posibilidad de pasar décadas en la cárcel o hasta de ser ejecutado- es una amenaza real. Hoy Assange está asilado en la embajada de Ecuador en Londres y el gobierno británico le niega el salvoconducto.

 


La publicación de los documentos era un “acto temerario y peligroso” según el gobierno norteamericano, el mismo que expresa de forma habitual su condena cuando otros regímenes coartan la libertad de expresión. Es hipocresía.

 


Pero WikiLeaks afirmaba que el mundo tenía derecho a saber la verdad sobre las políticas y las guerras orquestadas por Estados Unidos en Irak y Afganistán.

 


Contrario a lo que hace el gobierno norteamericano, el principal fundador de esa nación, Thomas Jefferson, había escrito: “Prometo utilizar mis facultades críticas. Prometo desarrollar mi independencia de pensamiento”. O sea, prometía cuestionar lo que le dijeran los “líderes” políticos.

 


La libertad de expresión no merece persecución, sino protección. Y cualquier mordaza gubernamental en Estados Unidos, Costa Rica u otro país, merece repudio.

 


*Escritor

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Lunes 06 Mayo, 2013

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Raúl Costales Domínguez*

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