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Sobrevuelo

La Navidad me remite a mis recuerdos de la niñez, como seguramente a casi todas las personas. La Navidad tiene que ver con el Niño Dios de mi infancia, en Cervantes. Para esta época, era usual que uno le escribiera una carta al chiquito que nació en un pesebre de miseria, entre una mula y un buey, hijo de un carpintero o picapedrero y una mujer virgen, según dicta la tradición católica. Aunque se presume que Jesús nació en otra época, tal vez en julio, y que celebramos la Natividad de Nuestro Señor en diciembre porque se equiparó la fiesta con una celebración romana o pagana, lo importante es el significado de la celebración. Jesús vino a cambiar el rumbo de la humanidad con su mensaje, con su ejemplo, con su vida. Jesús dictó lecciones de ética y de valores, de relación con el poder y con la vida. Dijo, “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. También sostuvo que el reino de Dios es de los más débiles, los puros de corazón, los pequeños, los inocentes. Salió en defensa de los niños y los adultos mayores. Curó al leproso, que era discriminado. Le dio la vista al ciego. Sanó con barro. Caminó sobre las aguas. Se impuso a la naturaleza por la fe, por el poder sobrenatural de Dios sobre el mundo y sobre la vida.

 

De Jesús, nos quedan grandes enseñanzas para la cotidianidad. No es un Jesús de la misa o el culto. Es un maestro para todos los momentos y en todas las circunstancias. Es un Jesús altivo, que sacó a los mercaderes del templo. Es un Jesús sereno, que dijo que le dieran a El César lo que es de El César,  y a Dios lo que es de Dios. Un Jesús judío, que celebra la Pascua en su última cena. Es decir, un Jesús que debe hermanar a judíos y cristianos, no separarnos. Un Jesús cuyas enseñanzas se parecen a muchas de Buda. Es decir, un Jesús que nos hermana con otras formas de fe. Un Jesús similar entre católicos y protestantes, es decir, un Jesús que se amolda a todos y todas, un Jesús que se hace de nuestro tamaño y nos enseña siempre. Ese es el Jesús de mi Navidad. El Jesús niño, que jugaba con su mamá, que le hacía travesuras al papá en el taller.

 

El Jesús que siguen los tres reyes magos, que dicen ahora que no eran ni tres ni reyes ni magos, sino científicos del cielo, astrónomos, estudiosos de las estrellas. Da lo mismo: un Jesús que llegó con todas las señales del cielo. Un Jesús que hace milagros. Un Jesús que nos acerca a su Padre, nuestro Padre. Es decir, un Jesús que es nuestro hermano mayor y nuestro padre al mismo tiempo. No me gusta el famoso Colacho. Dicen que proviene de San Nicolás, pero la barbarie mercantilista lo sobrepone a Jesús. Eso no me gusta. No me agrada el Colacho regalón, que le da a unos niños y a otros no. Vivamos la Navidad de Jesús, la Natividad de nuestro Señor. Vivamos el portal, y recémosle al Niño en enero. Eso es volver a la verdadera naturaleza de la Navidad. Y también es volver a nuestras raíces. Que Jesús nazca en nuestros corazones e inunde nuestras vidas con fe y bendición.

PERIODISTA:

CRÉDITOS: Por: Camilo Rodríguez.

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Viernes 19 Diciembre, 2014

HORA: 12:00 AM

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